1. Las estrategias cognitivas hacen referencia a la integración del nuevo
material con el conocimiento previo. La mayor parte de las estrategias incluídas
dentro de esta categoría; en concreto, las estrategias de selección, organización y
elaboración de la información, constituyen las condiciones cognitivas del
aprendizaje significativo (Mayer, 1992). Este autor define el aprendizaje
significativo como un proceso en el que el aprendiz se implica en seleccionar
información relevante, organizar esa información en un todo coherente, e integrar
dicha información en la estructura de conocimientos ya existente.
2. Las estrategias metacognitivas hacen referencia a la planificación, control y
evaluación por parte de los estudiantes de su propia cognición. Son un conjunto
de estrategias que permiten el conocimiento de los procesos mentales, así como
el control y regulación de los mismos con el objetivo de lograr determinadas metas
de aprendizaje (González y Tourón, 1992). El conocimiento metacognitivo requiere
conciencia y conocimiento de variables de la persona, de la tarea y de la
estrategia (Flavell, 1987; Justicia, 1996). En relación con las variables personales
está la conciencia y conocimiento que tiene el sujeto de sí mismo y de sus
capacidades y limitaciones cognitivas; aspecto que se va formando a partir de las
percepciones y comprensiones que desarrollamos nosotros mismos en tanto
sujetos que aprenden y piensan (Justicia, 1996). Por consiguiente, una buena base de conocimientos de las características y
demandas de la tarea, de las capacidades, intereses y actitudes personales, y de
las estrategias necesarias para completar la tarea, son requisitos básicos de la
consciencia y conocimientos metacognitivo; a lo que debemos de añadir la
regulación y control que el propio sujeto debe ejercer sobre todo lo anterior. Para
Kurtz (1990), la metacognición regula de dos formas el uso eficaz de estrategias:
en primer lugar, para que un individuo pueda poner en práctica una estrategia,
antes debe tener conocimiento de estrategias específicas y saber cómo, cuándo y
porqué debe usarlas. Así, por ejemplo, debe conocer las técnicas de repaso,
subrayado, resumen, etc. y saber cuando conviene utilizarlas. En segundo lugar,
mediante su función autorreguladora, la metacognición hace posible observar la
eficacia de las estrategias elegidas y cambiarlas según las demandas de la tarea.
Las estrategias metacognitivas equivalen a lo que Weinstein y Mayer (1986)
denominan como estrategias de control de la comprensión. Según Monereo y
Clariana (1993), estas estrategias están formadas por procedimientos de
autorregulación que hacen posible el acceso consciente a las habilidades
cognitivas empleadas para procesar la información. Para estos autores, un
estudiante que emplea estrategias de control es también un estudiante
metacognitivo, ya que es capaz de regular el propio pensamiento en el proceso de
aprendizaje.
3. Las estrategias de manejo de recursos son una serie de estrategias de apoyo
que incluyen diferentes tipos de recursos que contribuyen a que la resolución de la
tarea se lleve a buen término (González y Tourón, 1992). Tienen como finalidad
sensibilizar al estudiante con lo que va a aprender; y esta sensibilización hacia el
aprendizaje integra tres ámbitos: la motivación, las actitudes y el afecto (Beltrán,
1996; Justicia, 1996). La importancia de los componentes afectivo-motivacionales
en la conducta estratégica es puesta de manifiesta por la mayor parte de los
autores que trabajan en este campo. Todos coinciden en manifestar que los
motivos, intenciones y metas de los estudiantes determinan en gran medida las
estrategias específicas que utilizan en tareas de aprendizaje particulares. Por eso,
entienden que la motivación es un componente necesario de la conducta
estratégica y un requisito previo para utilizar estrategias.
Todo esto nos indica que los estudiantes suelen disponer de una serie de
estrategias para mejorar el aprendizaje, aunque la puesta en marcha de éstas
depende, entre otros factores, de las metas que persigue el alumno, referidas
tanto al tipo de metas académicas (p. ej., metas de aprendizaje-metas de
rendimiento) como a los propósitos e intenciones que guían su conducta ante una
tarea de aprendizaje en particular.
De este modo, parece que no es suficiente con disponer de las estrategias de
aprendizaje adecuadas; es necesario también saber cómo, cuándo y porqué
utilizarlas, controlar su mayor o menor eficacia, así como modificarlas en función
de las demandas de la tarea. Por tanto, el conocimiento estratégico requiere saber qué estrategias son necesarias para realizar una tarea, saber cómo y cuándo
utilizarlas; pero, además, es preciso que los estudiantes tengan una disposición
favorable y estén motivados, tanto para ponerlas en marcha como para regular,
controlar y reflexionar sobre las diferentes decisiones que deben tomar en el
momento de enfrentarse a la resolución de esa tarea. Symons, Snyder, CarigliaBull y Pressley expresan con bastante nitidez estas ideas al afirmar lo siguiente:
“Un pensador competente analiza la situación de la tarea para determinar las
estrategias que serían apropiadas